Sigo respirando, y ellos, conmigo.
Como cuentas del rosario entre dedos fervorosos se deslizan los días, y tras ellos los meses, el tiempo corre, demasiado deprisa para que podamos verlo, por eso necesitamos relojes que lo sometan. Y aun así, vuela en cuanto le doy la espalda.
- No se puede decir que no venias avisada.
Reconocería ese timbre en cualquier rostro e incluso podría saludarlos por su nombre si no me dieran tanto miedo. Conozco los síntomas, y sería capaz de ubicar mi dolencia con la precisión de un cirujano, entre las costillas y un pulmón, tan pocos años...
Tampoco es que tuviera opción, las sabanas con las que tapé todos los muebles están tan raídas que empiezan a transparentar, y detrás, horrendos calendarios con conejos blancos, péndulos que se empeñan en oscilar,.. ¿Recuerdas? No puedo, no quiero.
Y me sumerjo en la bañera esperando que no queden cristales de la última tentativa, quiero complicarme. Pero las ganas de vomitar no se van con el oxigeno, ellos tampoco.
Uno, dos, tres... las burbujas deforman las humedades del techo hasta no poder soportar su mirada reprobadora ¿Acaso no soy yo?
- ¡Ya era hora!
Y todos mis demonios se ríen de la ocurrencia, entre tanto alboroto hay alguno que se deleita entrechocando mis cadenas, ¿cómo puede ser que me hayan alcanzado? La respuesta es tan obvia que desmerece una contestación.
Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar. Charles Baudelaire
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