jueves, 25 de febrero de 2010

Chapter III

8:32, Nuestra protagonista cierra la puerta de casa con el mayor de los sigilos, los tacones reposan ya sobre la alfombra y el aroma a canela hace que todo parezca sacado de un sueño.

Apoyado en el marco de la puerta de la habitación está él y para hacer todo todavía más surrealista lleva una de esas sonrisas que derriten inviernos.
- Belleza, ese debería haber sido tu nombre.
Su risa hace que todo estalle, empiece a dar vueltas y una nauseabunda sensación de vértigo se instale en su estomago.

Perdido ya todo el factor sorpresa y la cautela se acercan poco a poco. Quedando como escenario principal el recibidor.
- ¿Que celebramos hoy?
La primera bofetada la pilló aun con la boca abierta de la expectación, pero era solo un aviso, después llegó la segunda y finalmente el golpe que la derribó. Lo siguiente que recordaba era estar tendida en el suelo, a sus pies, con la dignidad tan perdida por los suelos como la ropa, y el ruido de los televisores de los vecinos ahogando gritos y golpes.

Lamería sus heridas en la oficina, con toda la calma del mundo, sabía que no quedarían cicatrices, esas ya las tenía el, profundas, hechas a conciencia y sangrantes de amor.

Era el juego de muchas mañanas inventarse escusas sobre la procedencia de los morados, sellándolas con besos, así, cada golpe era un universo que despertaba al simple roce de la ropa.
Un universo donde la felicidad y el placer se gritaba con lágrimas en los ojos.

sábado, 6 de febrero de 2010

Chapter II

Corría, como si todas las fibras de su ser se revelasen contra aquel endémico sentimiento. Garras de acero atenazaban su interior y cuando ella le alcanzó no se sabia muy bien quien tenia la respiración más agitada, se ahogaba, no sin antes ofrecer toda su resistencia.

- Quieta. A un palmo de mí eres perfecta, no te atrevas a profanar mi entrecortada respiración, no si no estás dispuesta a recorrer cada palmo de mi piel con la punta de tus dedos, atarme hasta que tus heridas marquen mi piel. Prefiero soñar con el daño que no serás capaz de hacerme.

Solo consiguió que las llamaradas plateadas de su risa resquebrajaran un poco más su deteriorada entereza.

Era un hecho, se desmoronaba y cuando miraba hacia abajo solo veía las siempre turbulentas aguas del amor.
No, no profanaría el único ideal que le quedaba, no era amor.
Suplicaría, porque cuando sus labios se acercasen no descubriese el fin la comedia cotidiana de controlar su vida, por poder poner nombre aquellas sensaciones y hacerlas suyas para siempre. Pero siempre perdía el control, extasiándose en el momento.

Ella había dado vuelta a todo en su vida, con aquella curiosidad insaciablemente infantil y ahora observaba condescendiente su caída.

Adorándolo, a un palmo de su piel.