lunes, 4 de octubre de 2010

Cien días

Cien días o alguno menos tardé en encontrarla y, a decir verdad, no estaba ni a un mísero metro de donde la conocí, contando las mismas historias de siempre a quien quisiera escucharla y mendigando toda la necesidad con sus ojos negros.

Cuestión de oficio, me diría ella, pero me encantaría conocer al algún otro camello que pasase droga en mitad de un bar mientras te cuenta su vida.

Lo reconozco, he sido un gran adicto y aunque aquellos que me quieren saben que me he recuperado, ninguna cura es perfecta ni definitiva. Así que aquí estoy de nuevo, a una distancia prudencial contemplando un cuadro que solo ahora se me permite contemplar en su totalidad.

Como moralista diría que es otra de esas estampas a incinerar, pero hay parte de mi que admira como Teresa hace acrobacias y cae de pie, casi siempre. Cierro los ojos y mi cabeza da vueltas perdida en una decadencia pasada, en retazos de putrefacción que saboreo cual caramelo, puedo inflar los pulmones y sentir de nuevo esa felicidad, rápida, eficaz, abrasadora. En comparación, la mortecina y real luz, resulta insalubre.

Ni siquiera tengo que rebuscar en la memoria para darme cuenta de que el negocio va mal y sorprenderme por los pocos clientes que he visto desfilar.
Poco antes del cierre, la valentía (o quizás la nostalgia) se me sube a la cabeza y me acerco a ella.

Me mira y sonríe mientras prepara mi dosis, supongo que ni recuerda que hace años que no vengo y, mientras coge aire para ponerme al día de sus últimas desventuras, la interrumpo y hablo por todas las veces que la escuché, le habló de mi, del sol que brilla en las calles y reluce en los campos, le hablo de ella, de todo lo que no cuenta y se oxida. En un momento de arrebato me atrevo incluso a rozar su cara con mis dedos y a confiarla que sigue siendo joven, bella, que debería huir antes de que no le quede ni eso...
Ilusiones de un instante, sus ojos se clavan en los míos, paralizando el mundo.

- ¿Y de que me sirve la belleza si tu ya no me quieres?

Con una parsimonia digna de reyes, sacó una navaja de abanico y empezó a dibujarse surcos en el rostro.


Como una luna nueva,
como el metro de Madrid....

http://www.youtube.com/watch?v=Gd7XlitAKIE&feature=related