martes, 1 de junio de 2010

Secuelas [y de las malas].

¿Alguna vez has llorado delante de un espejo?
Es patético ver como las convulsiones que recorren todo tu cuerpo acaban transformandote la cara en una máscara de tragedia griega, los ojos se enrojecen dándole al verde un protagonismo que nunca debió tener. Y vuelves a perder el control.

Mi niña, pobrecilla....
Si pudiera, negaría con la cabeza mientras tus palabras se estrellan contra las palmas de mis manos. Pero la barbilla ha bajado tanto de su posición natural que ya nisiquiera apunta al cielo ¿Con que me protegeré ahora?
La niña murió, si es que alguna vez pudo existir, ahogada en la consciencia y extenuada de amarte. Y no me obligues a autocompadecerme, la pobreza no existe debajo de millones de disculpas cuantitativas.

Háblame de cosas mundanas y de cómo meo todos los dolores. No uses ahora las palabras que aprendí para ti. Rebájate a mi nivel para darme una palmadita en la espalda.
Y calla quien es el culpable. Porque, aunque seas Dios, no puedes verte en todos lados a la vez. Ni juzgarte.
Quiero gritar que no todas las promesas que rompen el corazón tienen porqué ser de amor eterno, pero eso ya lo sabes, lo que no puedes comprender es que trato de escapar de tu paraíso. ¿Cómo lo vas a entender si soy solo tu reflejo?

Me falta aire. No quiero ser tuya, ni de nadie. El mundo ya existe y los seres humanos son imperfectos, saber las razones de sus fallos nos quita el derecho a quejarnos de su conducta. Nada más.


No soy, no tengo, no quiero. Tampoco necesito.