Fuiste un ideal, algo que no encajaba con la realidad que lamia mis labios y sin embargo, te extraño.
Todas aquellas peleas entre la botella de ginebra se fueron contigo ¿te lo puedes creer? Ni confesiones consigo hacer ahora al sillón en el que me arrellano. Tampoco ha cambiado tanto, sigue lleno de rasguños, la mayoría más profundos de lo que deberían y esos ojos....
Hoy no podía soportar la idea de que tus marcas sobre mi piel desaparecieran y es que hay recuerdos que se resisten a ser olvidados por mucho que no reconozcan ya ni su imagen en el espejo. Por eso voy a componer una corona con los punzantes fragmentos del reflejo del que nunca fuiste y, mientras la sangre limpia las lágrimas que corren por mis mejillas, te contaré porqué he vuelto.
Compartiremos bebida como antaño y permíteme que desgrane mi relato hasta que el tiempo, y el alcohol, me dejen inconsciente.
Fue ella, mi dulce dama, pelirroja y con unos ojos verdes en los que patinaban todos mis sentimientos, mi heroína, quien trastocó el orden de mi universo.
Ella me amaba, lo sé. Trató de acercarme a su mundo, pero ¡ay! era tan difícil...
Lo intentamos todo y yo, ¡yo estaba dispuesta a atrapar la estrella más brillante si me pedía luz! Moriría por bajar besando sus caderas, lamer hasta la punta de sus pies y hundirme para siempre en la fragancia de su sudor.
Con la intrepidez que da la locura manejó todas mis cuerdas de un lado para otro mientras susurraba en mi oído los caminos a seguir, probó a martillear mi resistencia hasta dejarme sin voluntad, hurgaba en mis heridas con sal en los dedos y yo solo podía gemir ¡incluso me dio alas! solo para saber lo que se siente al manejar una cometa.
No la culpo, enserio, todavía la quiero, ni ahora que las cuerdas se han roto de tanto abuso y tengo la espalda llena de desgarrones.
Pero tengo miedo, miedo de volver y que me encuentre rota, miedo de que vuelva a intentar curarme y, sobretodo, de volver a creer en su verdad, porque cada segundo con ella funde mis defensas con descripciones de un paraíso que me asfixiará, y no quiero, no quiero oír más.
Ahora tendré que crecer... y, sinceramente, no sé si me quedan fuerzas. Seré un bonito cuadro.
Sonreía satisfecha, sobre su cuerpo había suficiente sangre mezclada con alcohol como para reconocer tu reflejo, en un pedacito de cristal lleno de lagrimas.
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