Ya no recuerdo ninguna noche que empezara diferente, en aquella destartalada salita, tu, yo, y el alcohol. No nos soportábamos, nisiquiera éramos capaces de mirarnos a la cara sin avergonzarnos por nuestro fracaso, pero para eso estaba la botella, Vodka, Tequila, Absenta,.. ¿qué más da? que no bajara de 40 grados. Teníamos nuestras normas, creadas desde el silencio; las preguntas despues de sobrepasar la etiqueta y los gritos para cuando solo quedara media botella. ¿Qué tal el día cariño? teníamos hasta competiciones para ver quien pronunciaba con mayor cinismo esa pregunta.
Y nunca, por ningún motivo, acabar la botella, pasara lo que pasase.
Tras los gritos venían los juegos, nos lanzábamos uno sobre el otro con la fiereza que da la desesperación, violencia y más de un cardenal, pero sobretodo llorábamos.
Llorábamos uno sobre el otro, no faltaba día en el que los gemidos no se mezclasen con lágrimas, llorábamos por aquellos que nos trataron tan mal, por todo lo que habíamos perdido, por lo que nunca tuvimos y jamás seriamos capaces de conseguir, ¿qué se yo porque llorábamos? No, no éramos felices. Tampoco había ninguna caricia o palabra que mitigase ese dolor ¿acaso existía consuelo para nosotros? solo sé que no lo buscamos, quizás el orgullo era lo único que nos quedaba.
Y una noche no apareció, no estaba allí a la hora de siempre, tampoco horas más tarde, ni cuando amaneció. Yo sí.
Sentada en el sofá de siempre y con la vista fija en uno de los innumerables rotos de su sillón. En algún momento mi móvil empezó a sonar desde el recibidor, no conté las veces que llamaron, tampoco las horas o días que tarde en reaccionar, levantar mi entumecido cuerpo....
Caprichos del destino guardábamos los productos de limpieza junto al alcohol.
sábado, 6 de junio de 2009
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